En la antigua jerga gastronómica, el laudo era una especie de “ayudita” para el comerciante, con la cual pagaba determinados gastos operativos. Los mozos no estaban -y ahora mucho menos- de acuerdo con la aplicación de este “impuesto” por sólo sentarse a la mesa y tal vez recibir algo, muy poco, a cambio. La palabra “impuesto” nunca estuvo mejor usada.
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