19 octubre 2012
Las ventajas de los pedos para la sociedad
El emperador Claudio, tres veces gran emperador, quien no se preocupaba sino del bienestar de sus súbditos, al haber sido informado de que algunos de ellos, llevados por el respeto, habían preferido morir a tirarse un pedo en su presencia, y al saber, gracias a textos de otros historiadores, que, en estos casos, se acostumbra a morir en medio de espantosos cólicos, mandó a publicar un edicto por el cual autorizaba a todos sus súbditos a tirarse pedos libremente, incluso a su mesa, con tal de que lo hicieran abiertamente.
La indecencia que se atribuye al pedo no tiene por principio sino el humor y el capricho de los hombres. No es contrario a las buenas costumbres y, por lo tanto, no es peligroso autorizarlo; además, tenemos pruebas de que, en muchos lugares e incluso en algún lugar del mundo civilizado, está permitido tirarse pedos libremente y es incluso visto como una gran crueldad el obligar a conservar sobre este tema el más mínimo escrúpulo.
Los egipcios, por ejemplo, habían hecho del pedo un dios cuya imagen se encuentra reproducida en los espacios dedicados al aseo.
Los antiguos, según la salida más o menos ruidosa de sus pedos, auguraban tiempo bueno o malo.
Pero probemos, con algunos ejemplos, por qué el pedo sigue siendo ventajoso para la sociedad.
El pedo detiene los esfuerzos de los enemigos de la sociedad. Por ejemplo: en un círculo numeroso de oyentes, un conferenciante se pone aburrido. desde hace una hora, se explaya con sus gracias que no provocan sino el sueño del auditorio.Un pedo, de pronto, cortará al conferenciante por lo sano.
En una brillante reunión, reina desde hace dos horas el silencio más incómodo; unos se callan por cumplido, otros por timiodez, otros aún por torpeza: todos están a punto de despedirse sin cruzar palabra. De pronto, se oye un pedo; enseguida un murmullo preludia una larga disertación que la crítica sagaz y el juego de palabras sazonan. Es, pues, a ese pedo al que le debe la sociedad la interrupción de un silencio desagradable y una conversación placentera.
En un grupo de filósofos atentos, que sueltan máximas pomposas, basta que alguno suelte también, de incógnito, algún pedo para que la moral emprenda la huida en pleno descontrol; todosrien , se relajan, y la naturaleza se manifiesta con tanta más fuerza de costumbre frenada entre hombres tan extraordinarios.
Que no se diga, tan injustamente, que la risa provoca el pedo y que es más bien motivo de desprecio y piedad que de una auténtica alegría; el pedo es de por sí un placer, independientemente de los lugares y de las circunstancias en que se produce.
Al ser el pedo algo agradable, al haberse demostrado su utilidad, tanto particular como general, al haberse combatido y anulado su pretendida indecencia, ¿quién podría negarle su voto?
Salvador Dalí
Vía El Escritor Portátil
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